Premiados Bia-Stories

Jurado

Fernando García Paneda – Escritor
Iñaki García – Ldo. en Historia, profesor y escritor
Mikel Elorza  – Ldo. en Historia y corrector de estilo literario

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Laboral Kutxa

Categoría 12-18

Primer Premio

Alicia Cantero Iza
Un rincón propio

Me desperté con gran sobresalto. Fuera, sobre las callejuelas del casco viejo de Bilbao nevaba. Llegaba tarde. Me vestí a toda prisa y salí. No podia perder esta oportunidad de verlo, hoy no. Caminaba entre la multitud a codazos, sin rendirme. Avanzaba lentamente dejando atras las críticas de personas anónimas quejándose de mis modales. Unos minutos después alcancé la plaza de Unamuno, donde habitualmente pasaba la mayor parte de mi tiempo entre nostalgia y emoción. Lo busqué con la mirada pero no lo encontré.

Me senté en nuestra terraza favorita y pedi un chocolate. Observaba desde allí a la gente que se movía a mi alrededor. Había adolescentes corriendo, dejando atrás el colegio; padres contemplando cómo sus hijos hacían muñecos de nieve, personas apresuradas cargadas de bolsas y sí, finalmente lo vi. Un gran periódico le tapaba parte del rostro pero su elegante sombrero lo delataba. Tan pronto se cruzaron nuestras miradas, decidió marcharse. Observé cómo se alejaba hasta desaparecer en la multitud; entonces y solo entonces, me acerqué a su mesa y agarré el periódico con fuerza, lo abrí por nuestra sección, y allí estaba el mensaje que me habia escrito:

Querida Sita, muchas felicidades.
De sobra sabes lo mucho que siento no poder estar contigo este dia.
Te ama tu padre Miguel

Si, yo era su hija, su hija secreta y aunque no entienda por qué no podemos pasar mas tiempo juntos, disfruto de todas y cada una de nuestras contadas citas, como la de hoy, día de mi cumpleaños, día de Santo Tomas.

Mención especial

Alicia Cantero Iza
Café

¡Cuidado, que quemo!

Mi espesa espuma les fascina, mezclado con leche y azúcar, pero eso son otros, yo no dejo de ser un solo americano. Ayudo a despejar el lunes. Me encuentro en un frío día de invierno, en una gran taza blanca, bajo las carcajadas de un grupo de oficinistas que desayunan aquí en los soportales de la plaza nueva cada mañana. Me agarran por el asa. Estoy a punto de dejar de ser un amargo café para ayudarte a arrancar la semana, pero Martín hoy está distraído recordando el partido de ayer, y es que no estuvieron del todo finos, vuelvo a la mesa. Aun estaba caliente, el humo que salía de mi me decía que fuera hacía frío, mucho frío. Al parecer también Martín lo sintió en ese momento porque decidió beberme. ¡Noooooo! Grité con todas mis fuerzas, pero ya era tarde, al primer sorbo se quemó y caí al suelo. Agur Martín, me despedí sin alcanzar mi objetivo, ánimo solo es otra improductiva mañana de lunes.

Segundo Premio Ex Aequo

Unai Van Den Bergh
La ciudad de Marta

Esa mañana llovía sobre Bilbao, eran las siete y media de la mañana y Marta tenía que ir al colegio. El despertador ya había sonado hace media hora, pero ella seguía en la cama. No tenía ninguna prisa ya que el colegio al que iba estaba solo a unos pasos de su casa.

Eran las ocho cuando se levantó y miró por la ventana, se veía el colegio Madre de Dios Ikastetxea, en el que estaría unos minutos después. Ya vestida, se despidió de su madre y subió al colegio. Siempre subía con su mejor amiga, pero hoy era una excepción porque Amanda tenía que ir al médico.

Ya en su clase, desde la ventana se veía todo Bilbao. El Guggenheim era uno de los edificios preferidos de Marta, en el cual se fijaba siempre antes de que empezaran las clases. Con sus colores grises que brillaban con el sol y su forma extraña, porque se veía muy distinto según la perspectiva.

Otra cosa en la que siempre se fijaba era en ver el coche de su madre. No siempre lograba verlo, porque eran muchos los coches que pasaban por aquella carretera, pero decían que los días que lo veía, sería un día feliz y de buena suerte. Y cómo es que distinguía Marta el coche pensareis, pero es que no suele haber muchos de color verde, ¿o sí?

Por las tardes siempre daba un paseo por el canal, recientemente reconstruido. A su lado estaba la ría, por la que a veces pasaban traineras o botes. En su paseo siempre veía a ancianos sentados o jugando con sus nietos, gente corriendo, o como ella, simplemente paseando.

La luna estaba ya en lo más alto, mientras Marta se preparaba para dormir y pasar otro día más en su ciudad natal.

Pablo Cantero Iza
Una tarde de yinkana

Una tarde paseando con mis amigos por la orilla de la ría vimos un objeto flotando en el agua, sin saber lo que era lo cogimos, se trataba de una botella que contenía un mensaje. Lo sacamos, pero estaba un poco mojado, lo pusimos sobre una piedra y esperamos a que los rayos de sol lo secasen. Con intriga lo leímos: “Si habéis cogido esta botella podéis tener una recompensa haciendo una yincana por tres sitios de Bilbao. La primera pista es: un lugar donde los niños se columpian y cerca puedes comprar un helado”. ¡Qué interesante!, dije, yo lo voy a hacer, ¿os apuntáis? Asintieron todos y nos fuimos al parque del Arenal, nos acercamos al puesto de helados y compramos unos polos de chocolate, al pagar el vendedor nos dio un sobre con la segunda pista, en la que decía: una plaza grande donde los niños van los domingos a cambiar cromos. ¡Es la plaza Nueva! Comentó Xabi. Rápidamente fuimos a la plaza donde nos costó encontrar la tercera pista. Fue Martín el que vio un sobre en lo alto de una palmera. Subió ágilmente y lo abrió delante nuestro. Fue Mikel quien leyó el contenido con la última pista: el nombre de esta plaza es la del autor de Niebla. Fácil, es la Plaza de Unamuno, dijo Mikel que le gusta mucho leer. Nos acercamos a la plaza y vimos un sobre en lo alto del rocódromo, subimos en fila y en la cima esta vez cogí yo el sobre. Qué sorpresa al ver que eran cuatro entradas para ver la película Los Piratas del Caribe.

Categoría 19-65

Primer Premio

Fernando Fernández Ortiz De Zárate
Bilbao al ritmo del deambular de una hoja

Como cada día después de clase, acude con sus padres al parque de Doña Casilda y baja al estanque donde conversa apasionadamente con patos y cisnes.

Es una cálida tarde y una hoja de roble rojo otoñal se posa entre sus pies. Se agacha para cogerla, una fuerte ráfaga de viento sur la eleva, e inicia un sinuoso paseo por el aire.

Haizea comienza a perseguirla a pesar de que la hoja va rápida y a cierta altura. Por momentos parece que se va a posar, pero se sigue manteniendo en el aire.

Finalmente cae junto a los pies de la estatua de Pepe Tonetti, el famoso payaso, bilbaíno de adopción, que amenizaba el verano de sus abuelos con su famoso número de “La Sardinera”.

En un nuevo arranque, la hoja empieza a danzar por el aire, Haizea se queda dubitativa, pero vuelve a correr detrás de ella.

Avanza por el lateral del Museo de Bellas Artes, sortea los árboles que están junto a su pared acristalada, y se dirige hacia la cautivadora fachada principal.

Tras posarse un breve instante en la paleta del famoso pintor Ignacio Zuloaga, reinicia su vuelo hacia el otro lateral, donde acaba su peregrinaje en el agua que brota de la estatua de Euterpe, musa de la música, en homenaje al músico Juan Crisóstomo de Arriaga.

Haizea mojándose levemente consigue finalmente hacerse con la hoja. Se queda fascinada por la belleza del lugar, sin saber aún que en un futuro cercano llenará el fastuoso Teatro que lleva el nombre del músico, y que otra niña perseguirá por la villa una hoja, que quizá se pose en las cuerdas del violín de una artista llamada Haizea.

Segundo premio

Izaskun Sasía
Extraña ciudad de siempre

A pesar del silencio que reinaba en las calles, el olor a chocolate y palomitas empapaba la ciudad de festejo y diversión.

Recorrí la calle Elcano desde nuestro antiguo portal hasta la Plaza Moyua, y me encontré de frente con un elefante de tamaño descomunal sobre el único parterre que quedaba visible, uno de aquellos que la embellecieron en su día, ahora seco y sin flores pero convertido en singular jardín con aquel excesivo animal encima.

Desconcertada pero curiosa a la vez, localicé un gran jefe indio bajo el decadente porche del Hotel Carlton, que con estático protocolo daba la bienvenida a todo aquel que llegaba a la ciudad.

Pero lo que verdaderamente me maravilló, fue descubrir los 7 monos encaramados al balcón del Palacio Chávarri. Solo la ausencia de paseantes evitaba convertirlos en la gran atracción del día, agarrados a las banderas presidenciales, alguna de ellas rasgada de abajo a arriba.

No encontré por ningún lado la estación del metro, ni el edificio La Aurora, pero sí el de Hacienda pintado de brillante color fucsia, que congregaba en sus peldaños un sinfín de patos, pollos, conejos y ardillas, enfilados cual viajeros sin maletas esperando el autobús que les llevara al aeropuerto.

Al final, comprarle otro Lego no había sido tan mala idea. Colocar aquellas figuritas sobre la destartalada maqueta de Bilbao, fue el paseo prohibido que desde hacía dos meses tanto ansiaba, poniendo fin a una atípica fiesta de cumpleaños que probablemente nunca olvidaría.

Le arropé conmovida y sonriendo cerré su puerta.

Accesit Ex Aequo

Emilio Varela
La isla

La isla de Zorrozaurre es un lugar aislado que la ría une y separa del resto de la ciudad, cuyo perímetro curvo funciona plásticamente modificando todo elemento geométrico recto inscrito en él, acentuando su incurvación cuando se acerca más a sus bordes, donde se ejerce una presión o una tensión sobre las geometrías rectas según el arco perimetral sea cóncavo o convexo, lo que hace que las formas circulen, no sólo en la extensión, sino en el nivel superior e inferior a su plano real. Lo que incluye, además de los datos que relacionan sus elementos internos, todos aquellos que tienen que ver con los márgenes de la ría, los edificios a ambos lados de la ciudad y, más allá, con las vertientes de las montañas que limitan el territorio a su alrededor. Una isla que considera los movimientos y las velocidades que vienen del exterior para transformarlos en inmovilidad y lentitud al entrar en su interior. No hay centros en la isla, todos lo son, y todo en ella se descentra, todo, incluso el río y la ciudad, que cambian de velocidad y se inmovilizan y silencian, flotantes en una gran lámina de agua y en un vacío de aire y de luz. Porque a la movilidad y velocidad en la ciudad se le responde con la inmovilidad y lentitud en la isla, a la expresión figurativa y simbólica de los edificios y las plazas con la geometría inmóvil y vacía de sus espacios y formas, y al conjunto del territorio con su paisaje.

Raúl Clavero
Pasajero -Balabushka-

Apoyó la mejilla contra el cristal y abrió los ojos. Bilbao era ya poco más que una mancha confusa, allá al fondo, bajo sus pies, pero el funicular de Artxanda seguía subiendo y subiendo y subiendo. Cada metro que se alejaba de la ciudad le traía de regreso algún recuerdo que creía extraviado: el olor de su madre, el color de ojos de su novia en el instituto, su primera visita al Guggenheim, una sonrisa breve y limpia de su hijo, cuando aún era un niño, en una mañana de verano. Se lamentó de lo rápido que pasa el tiempo y, en ese instante, al atravesar las primeras nubes, comenzó a sospechar que el dolor en el pecho de la tarde anterior no había sido algo simplemente pasajero.

Categoría +65

Primer Premio

Mª Ángeles Andrés Larrinaga
Tradiciones

Miguel y yo organizamos nuestra boda ocupándonos de todos los detalles.

Cuando conseguimos reservar fecha en la Basílica de Begoña, mi madre y mi abuela dijeron que sus plegarias habían sido escuchadas, ellas tienen mucha devoción a la patrona de Bizkaia. Algunas veces las he acompañado el 15 de agosto, subiendo en peregrinación por las escaleras de Mallona, y es emocionante sentir como la virgen te acoge en su casa, un edificio espléndido por fuera y por dentro.

El tema de los invitados se nos fue de las manos; no entendí el empeño de mi padre en convidar a gente con la que hacía negocios, ni el interés de Miguel en invitar a políticos, que no se pierden un evento con tal de figurar.

El novio era perfecto, brillante en su profesión, apreciado socialmente y muy querido por mi familia. Parecía que me llevaba un trofeo casándome con él, pero cuando faltaban cuatro meses para darnos el “sí quiero” conocí a Roberto; no buscamos enamorarnos pero tampoco lo evitamos.

Llegó esa mañana del veinticinco de abril. A primera hora, fui con mi madre al salón de belleza. El maquillaje, debía borrar las huellas que esa noche de insomnio dejaron en mi rostro. El culpable fue Roberto, su llamada esa noche rogándome que no me casara, fue abrumadora y consiguió, que mis dudas y mis nervios se disparasen.

Temblaba cuando del brazo de mi padre entré en la Basílica; los invitados con sus mejores galas, sonreían a nuestro paso. Bajo el altar, esperaban Miguel y su madre. Cuando empezó la ceremonia, la Virgen parecía mirarme, y yo, le pedí ayuda; me hizo falta cuando el sacerdote preguntó: Lucía: ¿quieres recibir a Miguel como esposo, serle fiel…

Mención especial

Mª Ángeles Andrés Larrinaga
Secreter

De la calle Correo al Arenal

Mi abuela me dejó en herencia su piso en el Arenal; yo vivía con mis padres en la Calle Correo 3. Por cercanía física y emocional, compartimos mucho tiempo en mi infancia y adolescencia.

Hoy hace cuatro meses que nos dejó y por fin he encontrado el valor suficiente para abrir la casa. Entré en aquel segundo piso, el ambiente estaba cargado y corrí hacia las ventanas, recordaba esa vista maravillosa y esas tardes junto a los balcones viendo la gente pasar. Volví la mirada al interior, me pareció que el tiempo se había congelado, los cuadros, la camilla todo seguía allí y al ver el secreter, recordé cuantos momentos pasaba ella escribiendo y ordenando papeles.

Abrir la persiana de aquel mueble y tener acceso a su interior, me pareció entrar en un territorio prohibido. Allí estaban sus recetas de médicos, sus papeles de bancos, sus joyas, todo perfectamente ordenado. Me llamó la atención una pequeña caja en forma de corazón; en su interior, había una sortija con una fecha en el reverso 15-8-2015 y una tarjeta: “Te amaré mientras viva. Gonzalo Fernández de Cea.”

Sin duda, mi abuela en su viudedad, tuvo un amor secreto; entonces recordé haber visto en San Nicolás, en su funeral, a un señor al que no conocíamos que lloraba desconsolado.

Salí de su casa con la decisión tomada: aún no es tarde para mi, según andaba, la brisa de otoño en mi rostro, me hacía sentir más viva que nunca.

Segundo Premio

Jaime Iza Zubiaur
Nostalgia

Paseo por el parque de Doña Casilda, y muchos recuerdos vienen a mi mente. Me gustaba cuando de niña, mis padres nos traían a este lugar, alquilábamos unos triciclos con grandes ruedas y corríamos por los caminos, hasta llegar al estanque de los patos, solo allí parábamos para echarles barquillos y deleitarnos con su belleza.

Años después, vendría con mi novio Arturo, disfrutábamos tanto de aquellas idílicas tardes; éramos jóvenes y hacíamos muchos planes de futuro juntos, pero su falta de formalidad, provocó nuestra ruptura.

Y pensar que después de tanto tiempo cada vez que nos encontramos, saltan chispas cuando nos miramos. Me resulta difícil soportar semejante cúmulo de emociones y aparentar serenidad.

Qué tristeza cuando vi, que brillaba en su dedo, un alianza de casado que yo no le puse, y él sin embargo, sonrió al percibir, que yo llevaba puesta la sortija que él me regaló y que no me he quitado en todos estos años.

Hoy, el parque está precioso vestido de otoño, pero su ambiente es más frío, más huraño, o tal vez mis vivencias lo tiñen de nostalgia.

Primer Accesit

Félix Ibáñez
Botadura

Apoyó la mejilla contra el cristal y abrió los ojos. Bilbao era ya poco más que una mancha confusa, allá al fondo, bajo sus pies, pero el funicular de Artxanda seguía subiendo y subiendo y subiendo. Cada metro que se alejaba de la ciudad le traía de regreso algún recuerdo que creía extraviado: el olor de su madre, el color de ojos de su novia en el instituto, su primera visita al Guggenheim, una sonrisa breve y limpia de su hijo, cuando aún era un niño, en una mañana de verano. Se lamentó de lo rápido que pasa el tiempo y, en ese instante, al atravesar las primeras nubes, comenzó a sospechar que el dolor en el pecho de la tarde anterior no había sido algo simplemente pasajero.

Segundo Accesit

Jose Mª Garaizar
El Puente

Paseo por el parque de Doña Casilda, y muchos recuerdos vienen a mi mente. Me gustaba cuando de niña, mis padres nos traían a este lugar, alquilábamos unos triciclos con grandes ruedas y corríamos por los caminos, hasta llegar al estanque de los patos, solo allí parábamos para echarles barquillos y deleitarnos con su belleza.

Años después, vendría con mi novio Arturo, disfrutábamos tanto de aquellas idílicas tardes; éramos jóvenes y hacíamos muchos planes de futuro juntos, pero su falta de formalidad, provocó nuestra ruptura.

Y pensar que después de tanto tiempo cada vez que nos encontramos, saltan chispas cuando nos miramos. Me resulta difícil soportar semejante cúmulo de emociones y aparentar serenidad.

Qué tristeza cuando vi, que brillaba en su dedo, un alianza de casado que yo no le puse, y él sin embargo, sonrió al percibir, que yo llevaba puesta la sortija que él me regaló y que no me he quitado en todos estos años.

Hoy, el parque está precioso vestido de otoño, pero su ambiente es más frío, más huraño, o tal vez mis vivencias lo tiñen de nostalgia.

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